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Esa caja mágica, la cámara.

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Esa caja mágica, la cámara.

He querido llamar así a este capítulo, titularlo como “esa caja mágica, la cámara” porque en realidad es así, es una especie de instrumento mágico que lleva nuestra percepción, nuestra comprensión del mundo que nos rodea a un nivel apasionante y sobre todo diferente del que nuestros ojos nos proporcionan.

El término mágico podría referirse, como en mucha ocasiones he leído y escuchado, a esa capacidad de generar imágenes, de plasmar un trozo de la “realidad” en un negativo fotográfico, en una plancha de vidrio o en un sensor digital. Creo que la mayor parte de la gente que ha oído el término “caja mágica” lo asocia a ese poder, a esa capacidad.

Pero para mí la magia de una cámara no está en ese aspecto. De hecho no tiene nada de mágico, al final fotones que luz, a los cuales les hacemos pasar por un varios trozos de vidrio y alterar una superficie química o electrónica capaz de registrarlos.

Hago aquí una corta aclaración porque estoy seguro que muchos de los más jóvenes pueden tener todavía ciertas dudas.

Hace no tanto tiempo las cámaras de fotografía y las cámaras de vídeo utilizaban lo que se llamaba “carrete fotográfico” o “película”, no tenían sensores digitales como pueden tenerlo ahora tu cámara o teléfono móvil.

Estos carretes son básicamente tiras de plástico a las cuales se las cubre con una pasta, una gelatina que contiene granos de plata que son sensibles a la luz. Cuando el carrete se terminaba simplemente había que sustituirlo por otro que no estuviera expuesto.

Como digo, nada de magia, sólo química y física.

Pero volvamos a la cámara. ¿Dónde está la verdadera magia de una cámara ya sea fotográfica o de vídeo.?

Pues para mi está muy claro, y es que una cámara, como dice el anuncio “te da alas”. El hecho de tener una cámara, cargar tu carrete o tu tarjeta de memoria y salir a fotografiar supone un proceso, un estado,  mental en el autor que como digo sí que es realmente magia.

Al fin y al cabo la magia es eso no? Algo que no ves, pero ocurre, algo que está ahí pero no entiendes y no tienes explicación.

Así pasa con la cámara. Su verdadero poder es liberar la mente del que la maneja, hacerle pensar y sentir de forma diferente, abrir puertas que de otra forma no cruzaría, descubrir paisajes o personas que de otra forma nunca vería.

Siempre que llego a esta reflexión me acuerdo de una fotógrafa del siglo pasado. Su nombre es Diane Arbus. Ella tenía muy claro que su cámara fotográfica era una especie de licencia, de poder para adentrarse en la vida de otras personas, en sus lugares de trabajo, con sus familias, con sus problemas.

En la década de los 70 Diane retrató a personas en barrios marginales de Nueva York, entre ellos había enanos, nudistas, streepers, prostitutas y toda clase de personas que, por su forma de vida, podían considerarse como peligrosas y fuera del sistema. Pero la fotógrafa, que además provenía de una familia adinerada y había estado toda su vida muy alejada de esos ambientes, encontró en su cámara el pasaporte, la licencia para poder acercarse a esas personas y fotografiarlas.

Con esa licencia, Diane mostró al mundo una cara oculta de los suburbios de Nueva York y se ganó un puesto de honor en la historia de la fotografía social.

Bueno, tampoco hace falta ir muy lejos ni a autores consagrados como Diane Arbus. Es tan sencillo como la siguiente situación que en mi caso se ha repetido cientos de veces. Imagina que has decidido hacer un timelapse de un cielo nocturno, quieres crear un pequeño vídeo de sólo unos segundos de duración con el movimiento de las estrellas en el cielo sobre tu paisaje preferido.

Una nota rápida para aquellos que no lo sepáis. Un timelapse es una serie de fotografías que se toman con la cámara, separadas normalmente por unos pocos segundos y que posteriormente se montan, se editan una detrás de otra haciendo que un proceso que normalmente dura varias horas lo podamos ver en tan sólo unos segundos. Algo así como un tipo cámara rápida.

Bien, pues agarras tu cámara y trípode y te desplazas hasta el sitio que creas más conveniente. Ya de por sí ese sitio es especial, por sus vistas, por su perspectiva, por lo que te transmite.  Bueno, programas tu cámara y ya entre dos luces pones tu timelapse a funcionar. Sabes que tienes por delante varias horas de espera. No hay mucho más que hacer. La cámara está ocupada, no hay luz, probablemente estés solo y tampoco hay cobertura del teléfono para empezar a llamar a todos tus conocidos.

Así que más o menos por obligación te sientas en una piedra y esperas y esperas hasta que tu timelapse esté terminado. Sin embargo en esas horas que has permanecido ahí, sentado, quieto, en silencio, has disfrutado de esa enorme tranquilidad. Has podido escuchar varias especies de aves nocturnas, al cárabo, al chotacabras, has visto varias estrellas fugaces, y a Júpiter esconderse por el horizonte dando la mano a la Luna.

Además, por si fuera poco, has escuchado una escena de caza. Esa misma noche, a pocos metros de ti, algún animal cazó y dio muerte a otro. No pudiste ver nada, sólo oír los chillidos de la víctima, el crujir de las ramas y después un silencio, pero sentías con toda tu consciencia,  qué era lo que estaba ocurriendo en ese momento.

¿Crees que hubieras vivido todo eso si te quedas en casa buscando en google? ¿Crees que si no hubieras hecho ese timelapse y el esfuerzo para estar ahí habrías podido ser partícipe de ese momento y ese lugar que te regaló la naturaleza?

Pues no, ten por seguro que no. Y todo ¿gracias a qué?.

Lo imaginas ¿no?   Gracias a tu cámara.

Ahí tienes la verdadera magia de este instrumento, un pasaporte a momentos y lugares de una vida por crear.